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Las princesas Disney

En los últimos días me ha llegado a través de las redes sociales el enlace de un video colgado en Youtube que se llama La evolución de las mujeres en los cuentos Disney. Se trata del montaje de unos cinco minutos y medio de duración con escenas de las distintas películas Disney. En él aparecen una serie de secuencias de las princesas protagonistas en momentos concretos de cada una, con una leyenda posterior de las autoras haciendo una breve descripción de lo que caracteriza a la chica en cuestión. Así podemos ver a la perfeccionista Blancanieves, feliz, mientras limpia la casa de los enanitos. A la obediente y trabajadora Cenicienta. La madurez de la Bella Durmiente. A la independiente Sirenita. La inteligente y culta Bella. La correcta Pocahontas. La valiente y luchadora Mulán. O la fuerza de voluntad de Tiana. Las bien intencionadas autoras del video quieren dar muestras de cómo, a la vez que evolucionan los tiempos, y con ellas las mujeres -que ya está bien que desarrollemos otras actitudes además del servicial cuidado de lxs demás-, Disney se pone las pilas y adapta a sus personajes femeninos a los nuevos tiempos.

Me parece de agradecer el trabajo de estas chicas, las molestias y el esfuerzo realizado. Sin embargo, creo que pasan por alto ciertos aspectos que demuestran que la industria de animación, o al menos ésta concretamente -que es tan relevante, dado que sus personajes e historias sirven de referentes a muchísimxs niñxs a nivel mundial-, no es más que otra herramienta del heteropatriarcado, que como buen sistema de opresión metaestable, se va adaptando a los tiempos, con el consabido objetivo de perdurar, para poder seguir disfrutando de sus beneficios. A este estamento le viene bien la expresión popular “adaptarse o morir”. Y el heteropatriarcado no quiere morir. Como la industria Disney tampoco lo tiene entre sus planes. Flaco favor se haría, si sus protagonistas femeninas continuaran dedicando sus días a limpiar y organizar la casa donde viven, en una época en la que la sociedad promulga la corresponsabilidad de tareas familiares, y una imagen de las mujeres como personas independientes, seguras de sí mismas, con arrojo y tesón.

Pues bien, si es cierto que algunas características de estas princesas han evolucionado, adquiriendo rasgos como valentía, inteligencia, iniciativa, etc. Las autoras parecen no darse cuenta de que la meta, el transfondo final de todas las historias, no se ha visto modificado un ápice. De hecho, las nuevas cualidades y capacidades de nuestras princesas están al servicio de este único objetivo, que es, a saber, conseguir o mantener el amor romántico de su príncipe y, por supuesto, llegar a casarse. Dejemos a parte, que estos largometrajes que siempre terminan bien -es decir, con la unión de lxs enamoradxs-, nunca nos cuentan cómo sería la vida posterior.

En cualquier caso, y aunque lo hicieran, y aquí está la segunda crítica a lo que echo en falta en el análisis, estamos hablando de princesas y príncipes, es decir, ¿cuántas veces van a coger Blancanieves o la Cenicienta la escoba una vez que estén casadas y sean reinas? Nos estamos moviendo en una clase social, a la que salvo Leticia Ortiz, ninguna vamos a llegar. Y todas hemos tenido oportunidad de observar explícitamente el silenciamiento literal de la princesa una vez que llegó a palacio. El empoderamiento no ha sido una de sus rasgos a resaltar. No se le volvió a oír la voz. ¿Esto significa que Blancanieves dejaría de cantar? ¿Qué sufriría un problema de anorexia? ¿Qué sólo se la conocería por su belleza, su elegancia y su vestuario, a pesar de tener una o varias carreras y una excelente formación posterior? ¿Que se resaltaría de su persona lo buena madre que es, cuando además sabemos que la mitad de este trabajo lo hacen las, porque son las, cuidadoras de las niñas?

Con estos referentes, muchas niñas hemos aspirado y otras siguen haciéndolo, a ser princesas, y nadie nos cuenta lo que supone para una mujer ser una princesa, empezando porque tienen que estar a la sombra de un príncipe.

En esta línea, llama la atención el descuido de las autoras al no hacer referencia a la belleza de estos personajes. Característica constante, por otra parte, en todas las películas Disney, con el consiguiente mensaje a transmitir. Las princesas son bonitas. Porque son bonitas y buenas y jóvenes van a conseguir a su príncipe, que además, se va a enamorar de ellas al instante, sólo con verlas o escucharlas cantar. Así funciona la comunicación como funciona después en las relaciones en la vida real.

Pero no quedan ahí las cosas. No contentos con eso, estos cuentos nos enseñan que sólo la princesa es hermosa, buena y joven, y la única merecedora del amor del príncipe y sus riquezas (porque las riquezas o el subir de estatus a reina viene de la mano de él). El resto de las mujeres, cuando las hay, son feas y malas. Como la enorme y envidiosa Úrsula en la Sirenita o las hermanastras de Cenicienta. O ancianas y pordioseras, como la vieja en la que se convierte la madrastra de Blancanieves para matarla, que si bien era muy bella, también era mayor y malvada. Así, parece lógico, que ninguna de nosotras quiera superar la talla 38, pasar de los 25, o cometer un solo error. Eso nos hace imperfectas. Y una mujer imperfecta nunca va a conseguir el amor, ¿quién nos iba a querer? Desde luego el príncipe no. Y si el príncipe no nos quiere, ¿eso significa que quienes se fijan en nosotras, si no cumplimos estos requisitos, se quedan con lo que otros no quieren? ¿O que nosotras no podemos aspirar a más? No es difícil que después pasen cosas como que nos sintamos insatisfechxs, todxs, ambas partes de la pareja: estamos buscando un príncipe o una princesa que no existe.

Si bien hay que agradecerle a Disney la inclusión de nuevas etnias -que no todas somos blancas-. Pero tan sólo unos rasgos en el color de piel o en las facciones de la cara es lo que diferencia a unas princesas de otras. Porque salvo que sabemos que Pocahontas pertenece a una tribu indígena; que Mulán es asiática; y Jazmín viene de una zona arábiga, pretenden hacernos creer que todas las culturas son como la occidental –aunque visten diferente. Eso sí, vestidos preciosos-. Por eso, el objetivo de todas nosotras, y nuestros intereses, seamos del color que seamos y vengamos de donde vengamos, siempre es el mismo, casarnos. ¿Estaría Jazmín segura de querer casarse de saber que iba a formar parte de un harén? No lo sabemos, tal vez sí, pero desde luego, esa información no nos la dan. Porque lo único que a esta interpretación de los cuentos les interesa contarnos, es que todas, independientemente de cualquier cosa, lo que más anhelan en el mundo es llegar al matrimonio con su príncipe. El matrimonio es la mayor aspiración de cualquier mujer. Bella es inteligente, Jazmín es rebelde y la Sirenita quiere ser libre, pero ninguna utiliza esas habilidades o inquietudes para su beneficio propio, para ellas mismas. Todas lo hacen para llegar al matrimonio. Salir de las ataduras del padre (rey), para entrar en las ataduras del marido (príncipe). Eso sí, al entrar en las segundas, ambos dejan de ser príncipes, y se convierten en rey y reina. Y ya nunca más tienen problemas. Así, todas queremos ser princesas. Pero, es que nunca nos cuentan la segunda parte. ¿Qué es de la vida de una princesa cuyo único sueño es casarse y lo consigue? ¿Qué le queda después?

Y ante esta reflexión, a mí me surgen otras dudas, ¿qué pasa cuando entre las niñas que ven estas películas, hay alguna(s) que no se siente atraída por un príncipe, sino por otra princesa? Pasa que las lesbianas no tienen referentes. Porque al heteropatriarcado no le ha interesado que los tengan. Porque con matrimonio o sin él, en una relación lésbica no media ningún hombre. Y si decidieran no tener hijos, porque en este caso es una decisión, no ocurre salvo que lo planifiquen y de verdad lo decidan y lo proyecten. Entonces estarían diciéndoles a otras mujeres que la maternidad no es imprescindible. Estarían diciéndoles a otras mujeres que pueden hacer otras cosas con sus vidas –incluso las de pareja-, además de tener hijos o que pueden tenerlos sin necesidad de un hombre.

¿Y si alguna no gusta de faldas y pelo largo? En este sentido Disney nos trae a Mulán. Ella por lograr el objetivo de salvar a su amor es capaz de rebelarse y dejar todos los roles que le son inherentes por el hecho de ser una mujer, y convertirse en “un hombre”. Y no sólo por las ropas, sino por su comportamiento: se convierte en “un guerrero”. Aunque, y eso ya lo sabemos, sólo está permitido si es para salvarlo a él. Después vuelve a lo que era. No queda tan lejana esta situación en la vida real. En la Segunda Guerra Mundial las mujeres salieron de sus casas, de sus funciones de amas de casa, para convertirse en eficaces trabajadoras de fábricas. Los hombres estaban en el frente, y subsidiariamente, y solo bajo esa premisa, ellas tuvieron que/pudieron abandonar sus roles de género. Tenían que ayudarlos a ellos. Cuando los hombres volvieron, ellas fueron devueltas a sus lugares de origen, sus casas. Y tampoco es necesario irse tan lejos en el tiempo. En la actual situación de crisis que vivimos en España, no son pocos los esfuerzos de nuestro gobierno por mandar a las mujeres a sus hogares y a sus labores. Para ellos, esto sería perfecto, así el paro descendería, y la crisis terminaría. En su programa electoral querían reducir el paro. Lo que no dijeron era cómo. Aunque parece que las mujeres nos resistimos a volver.

Por otro lado, ¿qué concepción del amor nos están transmitiendo? Un amor que se crea (no se construye) sólo con ver a un desconocido -hombre, por supuesto-. No, rectifico. Es suficiente con que él nos vea. Sólo hace falta que él se fije, para que ella se enamore: la bella durmiente, dormía; Blancanieves cantaba; Cenicienta simplemente corría. Las mujeres son seres pasivos -pero hermosos. Y ese hombre es por el que vamos a dar la vida, como la Sirenita, si fuera necesario. Porque él me va a proteger y me va a salvar también -dentro del matrimonio, claro. ¿Nos dejan estos dibujos opción a imaginarnos otras alternativas distintas a una vida de matrimonio monógamo y eterno para toda la vida? El amor no tiene por qué ser eterno. Las personas evolucionamos y no siempre lo hacemos a la vez que nuestras parejas. Pueden aparecer intereses distintos, otros amores, situaciones que hacen que el amor se rompa antes de que se cumpla la frase “hasta que la muerte os separe”. Lo que puede ocurrir es que bajo la idea del amor eterno, mantengamos una relación durante años con una persona a la que, si bien, posiblemente guardemos mucho cariño y con la que compartamos una vida, ya no amemos, simplemente, tal vez, porque algunx de lxs dos o ambos hayamos cambiado. Cuando esto pasa, pero no rompemos, porque tenemos arraigado que “el amor es eterno”, aparecen situaciones difíciles como lxs amantes (ese tabú silencioso del que nadie habla en público, pero del que todxs tenemos conocimiento). La frustración. La infelicidad. Las crisis existenciales, esas preguntas como: “qué he hecho con mi vida? ¿De verdad es esto lo que quiero vivir hasta que muera?”.

Casi todo se puede construir en el mundo en el que vivimos. A las mujeres y a los hombres también. El sistema se ha encargado de construirnos para que cumplamos las funciones que más le interesan y siempre seamos útiles a sus necesidades y beneficios. Dado que el sistema en el que vivimos es heteropatriarcal, esto es, la feminidad está al servicio de la masculinidad (estén éstas encarnadas en un cuerpo de hombre o de mujer), su objetivo es construir lo que entiende por mujeres y hombres con unas características concretas para poder encajarlxs en una relación heteronormativa, de la que ninguno de lxs dos sale bien paradx, pero en la que las mujeres se llevan la peor parte. Quiero hacer hincapié en que esto no es una crítica a la heterosexualidad como orientación sexual, sino a heteronormatividad como sistema de opresión aliado al patriarcado y al capitalismo, del que aquí no se ha dicho nada por falta de espacio.

No pretendo con este análisis darle tanto poder a los dibujos Disney como para que puedan hacer que nos comportemos como lo hacemos. Pero tal y como empecé diciendo, esta gran empresa es una herramienta más del heteropatriarcado. Se retroalimentan para no desaparecer. Como ésta tenemos muchísimas más que actúan para que sigamos sus mandatos sin que nos demos cuenta -patriarcado de consentimiento, lo llamaría Alicia Puleo en su momento-, y que van “adaptándose” a las épocas. Para minimizar su daño, a veces sólo tenemos que pararnos a analizar críticamente una película de dibujos animados y hacernos algunas preguntas.

MARIA ALONSO